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30 sept 2011

'Frankenhooker'

(Frankenhooker. Frank Henenlotter. Estados Unidos. 1990. 80 minutos)  Cuando en 1816, en Villa Deodati, Mary Shelley concebía la idea de lo que luego sería la novela Frankenstein o el moderno Prometeo (1818), poco podría imaginar que un siglo después su historia seguiría siendo reproducida y que trascendería al medio escrito para convertirse en una de las primeras y más revisitadas muestras de una nueva forma de expresión artística: ahí está esa libre adaptación al cine producida por Thomas Alva Edison en 1910 (que pueden ver completa aquí) para demostrar hasta qué punto la historia del Doctor Frankenstein y su criatura se han convertido en figuras recurrentes dentro del imaginario colectivo, si bien esta primera versión desluce en comparación con la fuerza icónica que luego tendría la adaptación dirigida por James Whale en 1931 para la Universal, con Boris Karloff como la Criatura. Posiblemente sea la que nos ocupa una de las películas que, tomando como inspiración la obra de Sheley, más se toman a pitorreo esa fuente originaria. No se podría esperar otra cosa de Frank Henenlotter, maestro de la cutrez responsable de dos clásicos como ¿Dónde te escondes, hermano? (Basket case. 1982) y la magistral Brain Damage (1988), para quien suscribe su mejor película con mucha diferencia. En Frankenhooker, un joven electricista, apasionado de la medicina y de las posibilidades de crear nuevas formas de vida, Jeffrey Franken (James Lorinz), ve cómo su prometida, Elizabeth Shelley (Patty Mullen), es descuartizada accidentalmente por una máquina cortacesped manejada por control remoto que él mismo creó. Tras recuperar algunas de las partes de su cuerpo, Jeffrey decide salir en busca de chicas a las que matar para conseguir el resto de miembros y así poder dar forma de nuevo a su amada. Lo que no entra en sus planes es que, al haber utilizado cuerpos de prostitutas, su querida Elizabeth volverá a la vida convertida en... Frankenputa. 

LO MEJOR: Su irresistible descaro.
LO PEOR: Que su espíritu haya envejecido... como el nuestro.
Dejémoslo claro: el culto que algunos rinden a Frankenhooker es desmedido. Siempre se ha hablado de ella como una de las cumbres del splastick, ese subgénero en el que se mezcla comedia y gore y que tiene ilustres representantes, muy superiores a la cinta de Hennenlotter, como Re-Animator (Stuart Gordon. 1985), Terroríficamente muertos (Evil Dead II. Sam Raimi, 1987) o Braindead (Peter Jackson, 1992). Y no es sólo que Frankenhooker esté lejos, en términos de diversión, de lo conseguido en esas cimas de lo hilarante, sino que tampoco llega a las bondades de otras muestras más modestas, pero mucho más reivindicables, como Re-Sonator (From Beyond. Stuart Gordon, 1986) o ¿Estamos muertos o... qué? (Dead heat. Mark Goldblatt, 1988). Es cierto que la propuesta rezuma idiotez consciente, con lo cual, es imposible buscar algo de seriedad, de coherencia, siendo lo realmente idiota medir a Frankenhooker por el mismo rasero que otras películas más, digamos, convencionales, ya que desde el principio queda claro que estamos ante una broma referencial, ante cine de puro derribo hecho con medios irrisorios. Y al mismo tiempo es cine inteligente, ya que Henenlotter sabe cuáles son sus posibilidades técnicas y, lejos de esconder la mala calidad de los efectos especiales con los que puede contar, lo malos que son sus actores o lo cutres que son sus escenarios, los sobreutiliza. Vean la escena en la que las putas comienzan a explotar por culpa del Super Crack inventado por el protagonista. El director debió pensar: "¿Que no tenemos para efectos especiales realistas y se nota demasiado que lo que vamos a reventar es un maniquí? Bien, pues en lugar de sugerir cómo explota sólo uno de ellos, vamos a ver cómo lo hacen todos." Hasta ahí bien. Esos no son los problemas de la película, ni las interpretaciones ridículas, especialmente la de Patty Mullen, que lleva la sobreactuación hasta límites desconcertantes pero, repito, muy autoconscientes. Donde realmente fracasa Frankenhooker, sobre todo porque esto es lo único a lo que debía aspirar, es en el hecho de que resulta aburrida. La película tiene tres highlights que hacen que merezca la pena su visionado: la comentada escena de las prostitutas saltando por los aires, la secuencia en la que Elizabeth resucita y mata a alguien por primera vez y, finalmente, el clímax final en el que los trozos restantes de los cuerpos de las putas resucitan formando criaturas imposibles. En total, unos diez minutos de metraje. Los otros setenta están llenos de monólogos insoportables del científico loco, ahora haciendo cálculos matemáticos, ahora taladrándose la puta cabeza, y la acción no arranca hasta casi el final, ya que de hecho la Frankenhooker del título no hace acto de presencia hasta que la película lleva casi una hora. Puede que, en el recuerdo, la cinta sea mucho más cachonda, sangrienta y salvaje de lo que es en realidad, pero verla ahora aporta el mismo placer que uno de esos muchos cortos gore que proliferaron a principios de los noventa junto a los fanzines y la caspa generalizada, con la diferencia de que aquellos trabajos duraban quince minutos y Frankenhooker dura ochenta.

2 comentarios:

Periko dijo...

La unica pelicula de la historia del cine con una escena de putas "explosivas". Eso para mi ya supone un ordago considerable y la hace digna de ser vista.
La volvi a ver hace poco y si es verdad que se hace un poco lenta, pero merece la pena.
Yo le daria una estrella y media mas ;)

Pedro José Tena dijo...

Yo no sé si es que me hago mayor, Periko, porque hubo un tiempo en el que para mí eso también era suficiente, pero ahora se me hacen un poco cuesta arriba ciertas películas que antes me lo hacían pasar teta.

Sí, lo sé, doy asco. :)