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31 mar 2012

'Escapada perfecta'

(A perfect getaway. David Twohy. Estados Unidos. 2009. 98 minutos) David Twohy es alguien a quien estimar. No se puede hacer otra cosa con quien escribió Critters 2 (Mick Garris. 1988), Warlock (Steve Miner, 1989) y Velocidad terminal (Terminal velocity. Deran Sarafian, 1994) o que dirigió la simpatiquísima ¡Han llegado! (The Arrival. 1996). Su golpe de suerte le llegó con Pitch Black (2000), modesta película de ciencia-ficción que se convirtió en cinta de culto casi de inmediato, generando una saga de la que se estrenará la tercera parte en 2013, a pesar de que su primera secuela, Las crónicas de Riddick (The chronicles of Riddick. 2004) no dejara contento a casi nadie. Esto obligó a Twohy a volver momentáneamente a la Serie B, escribiendo y dirigiendo esta Escapada perfecta tan tramposa e incongruente como simpática y entretenida. En un paradisíaco rincón de Hawai comienzan a producirse unos crímenes que parecen obra de un asesino en serie. En dicho paraje coinciden tres parejas ciertamente peculiares, todas ellas con algo que ocultar, especialmente porque dos de esas personas son los asesinos. ¿Podrían ser los amantes de la aventura y los deportes de riesgo, Nick (Timothy Oliphant) y Gina (Kiele Sanchez)? ¿O los fumetas y escurridizos Cleo (Marley Shelton) y Kale (Chris Hemsworth)? ¿Y qué hay de la pareja de recién casados que se encuentra de luna de miel, Cliff (Steve Zahn) y Cydney (Milla Jovovich)? 

LO MEJOR: La ensalada final de hostias y locura.
LO PEOR: Es tan tramposa que no cuesta pillarle el truco.
Decía John Tones en su imprescindible blog Inferno, hablando sobre el giro de guión que condiciona el visionado de Escapa perfecta, que "el truco es imposible de adivinar porque la película hace trampas durante toda la primera mitad, escamotea datos que no deberían ser escamoteados y presenta a los psicópatas como no deben ser presentados". Y no estoy de acuerdo. Si quieren ver la película, no sigan leyendo. Si no les importa que les ponga sobre la pista para desvelar el final a los cinco minutos de sesión, adelante. Escapada perfecta fracasa en su intento de crear suspense no porque haga trampas para ocultar la verdadera identidad de los asesinos, sino porque juega tanto con el espectador que acaba obligándonos a pensar que se esconde un as bajo la manga. Por lo tanto, nos lleva a darnos cuenta, apenas transcurridos unos minutos, de que el juego practicado por Twohy consiste en que la solución final vaya en contra de nuestras expectativas y, de ese modo, hace que podamos predecir lo impredecible. Luego marea la perdiz, intenta hacernos dudar, pero si se fían de su intuición y se dan cuenta desde el comienzo de lo que verdaderamente ocurre, el visionado de Escapada perfecta se les hará un poco cuesta arriba, especialmente cuando llega el momento de las explicaciones (un bochornoso montaje en blanco y negro mucho más alargado de lo necesario). En cierto modo, es como ver la actuación de un mago en la que, desde el principio, estamos viendo dónde está el truco y tenemos que aguantar el resto de la función sin poder decirle que se detenga, que ya no nos está engañando y que está haciendo el ridículo. Por lo demás, y ahí sí coincido con Tones, la cinta ofrece una bella colección de cuerpos perfectos, de bonitos paisajes y, sobre todo, una buena ración final de violencia para todos los públicos, algo que debería haber sido el camino a seguir durante todo el metraje y no simplemente un alivio.

29 mar 2012

'Splice. Experimento mortal'

(Splice. Vincenzo Natali. Canadá / Francia / Estados Unidos. 2009. 104 minutos) Desde que debutara en el campo del largometraje con la sorprendente Cube (1997), Vincenzo Natali ha estado intentando demostrar que el talento que dejó ver en aquella pequeña película no fue fruto de la casualidad. Sin embargo, ninguna de las propuestas que ha presentado desde entonces ha logrado calar en el público de la misma manera en la que lo hizo aquella maravilla. Splice no es una excepción. De hecho, y digo esto sin haber visto aún Cypher (2002) y Nothing (2003), sería más bien la confirmación de algo que casi se podía intuir en Cube: que Natali es un estupendo creador de ideas pero no es capaz de desarrollarlas del todo bien. En ese sentido, Splice es atroz: partiendo de una idea interesante (una pareja de científicos experimenta con fines médicos la mezcla de ADN animal y humano, dando como resultado una criatura humanoide que conserva sus instintos primarios), la película desemboca, a partir de trasladar la acción de un laboratorio a una granja perdida en un paraje nevado, en una rutinaria monster movie en la que todo está mal, empezando precisamente por un monstruo ridículo e irritante llamado Dren, unos protagonistas que caen mal y una alarmante falta de cualquier tipo de tensión o suspense.

LO MEJOR: Ginger y Fred destrozándose mutuamente.
LO PEOR: La manera en la que degenera la cinta hasta
convertirse en un producto inútil.
El primer acto de la película presenta conceptos ciertamente atractivos, como el hecho de comparar los experimentos genéticos con la maternidad o sugerir que si la medicina no avanza de manera más rápida se debe a cuestiones comerciales. También consigue hacer creíbles las criaturas creadas por los científicos gracias a unos efectos especiales bien logrados por las manos expertas de KNB EFX Group. Pero todo comienza a torcerse cuando nos damos cuenta de que no hay historia. Y eso que, en otras manos, la premisa podría haber dado bastante de sí: piensen lo que podría haber conseguido David Cronenberg con este material y en la manera en la que Natali desaprovecha ideas como la de la maternidad transgénica, los deslices incestuosos, el sexo entre especies, la responsabilidad que conlleva la creación de vida y cómo manejar los sentimientos encontrados hacia esa nueva criatura de apariencia vulnerable pero capaz de matar despiadadamente. En lugar de centrarse en esos términos, Natali introduce escenas risibles como la de Adrien Brody enseñando a bailar a Dren o la de Sarah Polley maquillándola frente a un espejo. Hay muchos momentos de Splice que inducen a la risa, pero ninguno que demuestre un humor voluntario. En los últimos minutos, todo se reduce a la típica idea de cazar al monstruo, para lo cual el guión se ve forzado a meter carnaza con calzador, culminando todo en un desenlace risible y bochornoso. Un despropósito, en resumen, sobre todo porque su punto de partida daba para una producción cuanto menos entretenida y terrorífica, dos atributos de los que no puede alardear la película.

27 mar 2012

'Black Dynamite'

(Black Dynamite. Scott Sanders. Estados Unidos. 2009. 84 minutos) El género Blaxploitation, aquel surgido en Estados Unidos durante la década de 1970 a mayor gloria de protagonistas (y espectadores) afroamericanos, ya había sido parodiado en varias ocasiones antes de este Black Dynamite. Por poner dos ejemplos, ahí tienen Sobredosis de oro (I'm gonna git you sucka. Keenen Ivory Wayans, 1988), por la que se paseaban los mismísimos Jim Brown e Isaac Hayes, o la más reciente Undercover Brother (Malcolm D. Lee, 2002), algo así como una versión afro de Austin Powers protagonizada por Eddie Griffin y con cameo de James Brown. Sin embargo, ninguna de ellas llegaba a los niveles que alcanza la película que nos ocupa, auténtica maravilla que todavía espera estreno en España y que debería ser considerada como una de las obras maestras de las spoof movies, a la altura de clásicos como Top Secret (Top Secret!. Jim Abrahams, David Zucker, Jerry Zucker, 1984), Agárralo como puedas (The Naked Gun: From the Files of Police Squad!. David Zucker, 1988) o Hot Shots 2 (Hot Shots! Part deux. Jim Abrahams, 1993). Basada en una historia ideada por los propios protagonistas, Michael Jai White y Byron Minns, relata la cruzada del ex-agente de la CIA Black Dynamite en busca de la venganza por la muerte de su hermano, para lo cual se aliará con un grupo de camellos y proxenetas y llegará hasta las más altas esferas de Washington para encontrar al hombre (blanco) detrás de toda una trama para acabar con la raza negra.  

LO MEJOR: Que cuando parece que no puede ir a más, la
película se supera a sí misma.
LO PEOR: Que no se haya estrenado en España.
Habría que ser un experto en Blaxploitation para reconocer todos los guiños que Black Dynamite hace a clásicos del género (y si no lo son, aquí tienen una guía), pero basta con ser un espectador abierto de miras y con sentido del humor para dejarse arrollar por el torrente de estímulos cómicos que la película arroja sin cesar ante nuestros ojos. Todo lo que asocian a este tipo de cine está aquí: un protagonista chulo como él solo; bigotes, patillas y pelos a lo afro sin ningún rubor; féminas de buen ver que caen rendidas a los encantos del héroe (Black Dynamite es capaz de hacer el amor a tres chicas a la vez, cada una de una raza distinta); alianzas con delincuentes para hacer el bien; persecuciones con coches más grandes que la vida; pistolas con cañones de medio metro de largo; peleas de Karate y Kung-Fu a lo Jim Kelly; una banda sonora extraordinaria; y, finalmente, la figura del poder blanco como el enemigo más poderoso (aquí llevándolo al paroxismo cuando se nos descubre quién es el verdadero villano de la película). Todo ello mostrado desde un punto de vista reverencial y, al mismo tiempo, paródico, con un montaje voluntariamente abrupto y chistes a costa de la precariedad de medios (y, a veces, simple torpeza técnica) con la que se enfrentaban en ocasiones los cineastas que abordaban este género (tronchante es el momento en el que Michael Jai White sigue recitando sus líneas con toda la seriedad del mundo mientras ve cómo un micrófono se le viene encima). Ahora vendría el momento de hablar sobre lo malo, pero resulta que esta vez no hay nada que destacar en la parte negativa. Black Dynamite es todo lo buena que podría ser y cada uno de sus ochenta y pocos minutos se disfrutan al máximo, especialmente si uno conoce bien los códigos del cine de acción y es receptivo a que se mofen de ellos, llevándolos al extremo si hace falta, para construir una comedia perfecta que deja con ganas de más y que nos obliga a mover los pies y a ejercitar la sana carcajada. ♪Dynamite... Dynamite

25 mar 2012

'Negocios sucios'

(The 51st State. Ronny Yu. Reino Unido / Canadá. 2001. 88 minutos) Los años noventa fueron muy locos para el cine de acción: ante el decreciente interés del público por los héroes de toda la vida, se optó por recurrir a los servicios de savia nueva para el género y para Hollywood, con resultados no siempre óptimos y no siempre más atractivos para la taquilla. Por un lado, comenzó la tendencia de convertir en action-heroes a actores dramáticos, lo cual es la norma hoy en día e iba en detrimento de la credibilidad de las secuencias de acción. La otra estrategia consistió en importar el talento de los cineastas de Hong Kong, siendo Jean-Claude Van Damme el más listo al ponerse a las órdenes de John Woo (Blanco humano, 1993), Ringo Lam (Al límite del riesgo, 1996; Replicant, 2001; Salvaje, 2003) y Tsui Hark (Double team, 1997; En el ojo del huracán, 1998). Curiosamente, el desenfreno visual de estos maestros de la cinética no terminaría de cuajar en la industria norteamericana, como tampoco consiguieron establecerse Kirk Wong (con Equipo mortal, 1998) ni quien nos ocupa en esta reseña, Ronny Yu. Responsable en Hong Kong de un clásico del calibre de La novia del cabello blanco, Yu se presentó en Occidente con la marcianísima Guerreros de la virtud (Warriors of virtue. 1997) y resucitó la saga del Muñeco diabólico con La novia de Chucky (Bride of Chucky, 1998). Sin embargo, Negocios sucios pasó con más pena que gloria por donde se estrenó. Y, al verla, uno entiende por qué

LO MEJOR: El cúmulo de insensateces.
LO PEOR: Pierde gas a medida que avanza.
Lo que empieza casi como una película de Cheech & Chong se acaba convirtiendo en algo así como una versión hooligan de El último boy scout (The last boy scout. Tony Scott, 1991) pasada por el filtro politoxicómano de Trainspotting (Danny Boyle, 1996), con Samuel L. Jackson paseándose por ahí con una falda escocesa, Robert Carlyle jugándose el pellejo por unas entradas de fútbol, Meat Loaf con media cara quemada haciendo de un tipo al que llaman El Lagarto, Emily Mortimer jugando a que es la mujer más sexy sobre el planeta y un Rhys Ifans on fire. Todos ellos dirigidos por un chino perdido en Liverpool y metidos en una absurda trama de tráfico de pastillas de esas que dicen que le ponen a uno al 150%. Es decir, demasiado para el público convencional, pero casi una delicia para los amantes de lo trash como nosotros. Y digo casi porque, al contrario de lo que ocurre con esa joya de lo absurdo que es En el ojo del huracán, la cinta de Yu no es capaz de mantener todo el tiempo el mismo nivel de locura ni de ir a más, algo que supone un ligero escollo pero que se perdona por secuencias tan pasadas de rosca como la de la fiesta rave o la del grupo de skins nazis cagándose encima (literalmente). Y, aunque el clímax final funcione a bajas revoluciones, sólo por ver el uso que le dan a un paraguas ya merece la pena. Ronny Yu seguiría a tope en la imprescindible Freddy contra Jason (Freddy vs. Jason. 2003) para luego volver a China y dar lecciones sobre cómo rodar secuencias de artes marciales en la potente Fearless - Sin miedo (Huo Yuan Jia, 2006), también menospreciada por los amargados de siempre, antes de dirigir un episodio de Fear itself en 2008 y regresar definitivamente a la ex-colonia británica para filmar Saving General Yang (2012), quizá harto de ser ninguneado en tierras yanquis. Ellos se lo pierden. 

23 mar 2012

'12 Trampas'

(12 Rounds. Renny Harlin. Estados Unidos. 2009. 108 minutos) Muchos añoran los años en los que miraban lo que aquí conocimos como Pressing Catch y soñaban con emular, siquiera con su primo el del pueblo o con su hermano pequeño como contrincantes, las hazañas sobre el ring de titanes como Hulk Hogan, André el Gigante, El Último Guerrero, El Enterrador o Terremoto Earthquake. Estos tienden a pensar que eran tiempos mejores para el espectáculo de la lucha libre, pero infravaloran lo que ha conseguido actualmente una firma como la WWE, capaz de promover giras multimillonarias a través del planeta, de vender sus licencias de emisión a varios canales televisivos, de explotar su firma en videojuegos para todas las plataformas e incluso algo con lo que la WWF no podía soñar en los noventa: crear una división cinematográfica que, bajo el epígrafe de WWE Films (actualmente WWE Studios), ha conseguido poner en marcha, aunque sea con irregular fortuna comercial y artística, una serie de películas protagonizadas por wrestlers como Dwayne "The Rock" Johnson, Ted DiBiase Jr., "Stone Cold" Steve Austin, Big Show, Triple H o el que nos ocupa, John Cena. 12 trampas supuso la segunda incursión de Cena en el cine de acción, después de haber debutado con la espectacular Persecución extrema (The Marine. John Bonito, 2006), que no tuvo el éxito merecido. En esta ocasión contó con el ojo experto de Renny Harlin para el género, quien fuera en su momento la gran esperanza blanca de Hollywood y a quien una serie de desafortunados fracasos colocó en una posición más bien incómoda dentro de los estudios, teniendo que aceptar trabajos alimenticios en los que su figura de director estrella quedó relegada a la de artesano competente y poco más. Sin embargo, la buena mano del director finlandés se hace notar en 12 trampas y consigue salvar por momentos este actioner bastante convencional y rutinario, menos interesante que el anterior trabajo de John Cena delante de las cámaras.

LO MEJOR: La secuencia del tranvía.
LO PEOR: La escasa credibilidad de John Cena como héroe
de acción.
No deberíamos cargar las tintas sobre las aptitudes interpretativas de Cena ya que, al fin y al cabo, géneros como la acción, el western o el peplum están llenos de protagonistas tan hercúleos como inexpresivos que han sabido llenar la pantalla con su presencia y carisma. El problema es que, como  dijo alguien en los foros de IMDb.com, "John Cena es el Justin Bieber de la lucha libre: alguien que gusta a los niños, pero no a los adultos". No voy a ser tan maligno, pero sí es cierto que el tipo no consigue llegar a transmitir esa sensación de rudeza que cabría exigir a todo buen action-hero. Tampoco resulta especialmente simpático, con esa apariencia de Matt Damon on steroids. Así que, más que un atractivo, el protagonismo de Cena resulta un inconveniente. Por otro lado, el guión urdido por Daniel Kunka (por ahora, su único trabajo conocido) nos lo sabemos de memoria, recordando demasiado a las mejores ideas de Harry el sucio (Dirty Harry. Don Siegel, 1971), Speed (Jan de Bont, 1994) y Jungla de Cristal. La venganza (Die Hard with a vengeance. John McTiernan, 1995), con lo cual no hay mucho espacio para la sorpresa o cualquier hallazgo argumental. Al menos, la dirección de Renny Harlin sabe otorgar en algunos momentos una credibilidad de la que no anda sobrada la cinta (véase su horrendo clímax final como ejemplo), sacándose de la manga una secuencia de acción con un tranvía que, si bien recuerda mucho a las que vimos en La Roca (The Rock. Michael Bay, 1996) y El negociador (Metro. Thomas Carter, 1997), al menos ofrece un punto álgido de emoción en un producto que huele a refrito y que sólo puede satisfacernos por lo que tiene de raro hoy en día que se estrene (además, en salas de cine) una película de acción de la vieja escuela. Pero ésta ya la hemos visto antes y mejor hecha.

21 mar 2012

'The Iceman Cometh'

(Ji dong ji xia. Clarence Fok. Hong Kong. 1989. 114 minutos) Ver pelear a Yuen Biao siempre es un bálsamo para la vista. Si, además, lo hace contra alguien tan preparado como Yuen Wah, el resultado sólo puede convertirse en una de las cimas de la elegancia, la ferocidad y las capacidades acrobáticas de las artes marciales. Esto es lo que sucede en The Iceman Cometh, película de Clarence Fok en la que Yuen Biao interpreta a Fong Sau-Ching, un guardia real de la Dinastía Ming que tiene la misión de atrapar a Fung San (Yuen Wah), un despiadado asesino que estudió con Fong pero que se dejó llevar por los vicios, el poder y la violencia. Durante una pelea, ambos quedan atrapados en un bloque de hielo que no será hallado hasta varios siglos después, en el Hong Kong de 1989. Una vez reanimados, los dos guerreros continuarán su lucha en una época que desconocen, al tiempo que entra en la ecuación una prostituta llamada Polla (Maggie Cheung), que es prostituta y... y se llama Polla... y es prostituta y se llama Polla... en fin, ¿qué culpa tienen los guionistas? Si están pensando en lo mucho que se parece al  argumento de la posterior Demolition Man (Marco Brambilla, 1993), están acertando. Si al leer esto se han acordado también de la coetánea Warlock, el brujo (Warlock. Steve Miner, 1989) y de la anterior Los Inmortales (Highlander. Russell Mulcahy, 1986), siguen estando en lo cierto: The Iceman Cometh toma prestadas algunas ideas y anticipa otras de ellas, pero les gana por goleada en lo que más le interesa, que no es otra cosa que la acción. 

LO MEJOR: Evidentemente, las escenas de acción.
LO PEOR: La bobalicona subtrama romántica.
Y es que, sin despreciar los valores de Demolition Man, Warlock y Los Inmortales (todas ellas recomendables y necesarias), ningún efecto especial puede competir con las proezas de Yuen Biao y Yuen Wah, también coreógrafos de las escenas de acción junto con los veteranísimos Yuen Tak y Chin Kar Lok (el hombre que se escondía detrás de algunos de los stunts de Jackie Chan, así que olvídense de una vez por todas de la cantinela de que el bueno de Jackie no usaba dobles). El problema es que en casi dos horas de metraje son pocos los enfrentamientos entre ambos, y lo que hay entre medias no es precisamente memorable: después del prólogo, Yuen Biao comienza a protagonizar una comedia romántica con Maggie Cheung en la que el director no evita los socorridos (y manidos) chistes a costa del viajero del tiempo (lavarse la cara en la taza del wc, pensar que lo que emite la televisión está ocurriendo de verdad, temer a los automóviles como si fuesen monstruos diabólicos, etc.) hasta que, por fin, recuerda que tenía un enemigo que probablemente esté por ahí haciendo de las suyas y es entonces cuando decide seguirle el rastro. Toda esta parte central hace que el conjunto quede bastante deslucido, pero lo demás (las secuencias de acción y  los efectos especiales de la vieja escuela, pintados a mano sobre los propios fotogramas) es para levantarse del sillón y aplaudir. De ahí que el visionado de The Iceman Cometh transcurra entre el bochorno y el asombro, pero, si son fans del cine de Hong Kong y no la han visto, no deberían perdérsela por nada del mundo.

Nota: Esta vez no he localizado el tráiler, así que les dejo un vídeo donde pueden ver la pelea final entre estos dos titanes. Y, repito, es el final, así que vean el vídeo bajo su responsabilidad.

19 mar 2012

'Paranormal Activity 3'

(Paranormal Activity 3. Henry Joost, Ariel Schulman. Estados Unidos. 2011. 83 minutos) En el libro no escrito sobre las reglas de las secuelas se dice que, cuando no se puede ir hacia adelante, hay que volver la vista hacia atrás, hacia los orígenes, para conocer cómo empezó todo. Eso es ni más ni menos lo que pretende la tercera parte de una saga que ya se agotaba a sí misma en el primer capítulo (prueben a revisarla y ya me dirán, ya...) y que, inexplicablemente (porque las películas no son nada del otro mundo y porque en ellas apenas sucede nada más que un par de sustos cada muchos minutos), se ha convertido en el máximo referente del público actual en cuanto a horror se refiere, logrando unos montantes en taquilla que para sí quisieran cintas mucho más elaboradas, costosas e incluso, por qué no decirlo (como diría el amigo Iker Jiménez), más terroríficas. En este caso, mediante el hallazgo de una caja llena de viejas cintas de vídeo, la acción nos lleva hasta 1988, momento en el que las pequeñas Kristi y Katie tuvieron sus primeras experiencias con lo paranormal y que fueron registradas exhaustivamente por el novio de su madre, quien afortunadamente (o no) se dedicaba a la grabación y edición de bodas, bautizos y comuniones.

LO MEJOR: Las panorámicas de la cámara-ventilador.
LO PEOR: Las limitaciones del formato, que cada vez se
hacen más evidentes.
Nada nuevo bajo el sol, entonces, ya que si la fórmula funcionó correctamente en dos ocasiones, no había ningún motivo para arriesgarse y ofrecer algo nuevo que pudiera dejar a los fans descontentos, ya que al fin y al cabo para ellos es para quien se ha llevado a cabo esta tercera parte. Paranormal Activity 3 es una película hecha en los despachos de los ejecutivos, sin mayores aspiraciones que las de hacer pasar por caja a los mismos que se asustaron con los dos capítulos previos y, de paso, evaluar si estos se han cansado de la fórmula o si siguen respondiendo igual de bien, de cara a una posible cuarta parte que actualmente ya se encuentra en preproducción y que, curiosamente, vendrá firmada también por Henry Joost y Ariel Schulman (quienes sorprendieran con el documental Catfish hace un par de años). Para ser justos, y después de dejar bien claro que a servidor esta saga le parece más bien inútil salvo por logros muy aislados, hay que reconocer que esta tercera parte consigue al menos aportar una ligera dosis de originalidad al introducir el tema de la brujería y una novedad narrativa: la cámara colocada sobre un ventilador que gira sobre sí misma y consigue crear los momentos más inquietantes de toda la película mediante sus panorámicas horizontales de ida y vuelta. Por lo demás, sólo para fans y para los que se asustan fácilmente y disfrutan con ello.

17 mar 2012

'La habitación del pánico'

(Panic room. David Fincher. Estados Unidos. 2002. 112 minutos) Tras sobrevivir al infierno que supuso el rodaje de Alien 3 (1992) y conseguir grabar su nombre con letras de oro en la historia del cine norteamericano reciente gracias a la triunfal Seven (1995), David Fincher vio su reputación mermada por culpa de los discretos resultados económicos de sus siguientes trabajos, The Game (1997) y El club de la lucha (Fight club, 1999), por más que esta última se convirtiera en un clásico inmediato. Con este panorama, Fincher decidió acometer un proyecto menos ambicioso, de bajo presupuesto y que fuera apto para ser digerido por las masas. Tomando como base un guión que el interesante David Koepp escribió en apenas unos días, Fincher convocó a Nicole Kidman y a Hayden Panettiere para interpretar a la madre y a la hija que quedan atrapadas en una habitación diseñada como una pequeña fortaleza, ante la amenaza de unos ladrones que han irrumpido en su casa y con el agravante de la enfermedad de la adolescente, que padece de diabetes. Todo parecía sencillo: un reparto con pocos actores, una única localización (salvo por algunos planos de exteriores) y un argumento perfecto para construir un ejercicio de suspense efectivo. Pero la mala suerte volvió a aparecer en la carrera de Fincher cuando Nicole Kidman sufrió un accidente durante el rodaje de Moulin Rouge (Baz Luhrmann, 2001). Sin protagonista, el director contactó con Jodie Foster, con quien estuvo a punto de trabajar en The Game (en el papel que finalmente haría Sean Penn) y ésta aceptó de inmediato. Lo de Panettiere fue diferente: al parecer, Fincher la consideraba "irritante" y decidió prescindir de ella, sustituyéndola por la todavía casi desconocida Kristen Stewart. Pero ahí no acabarían los problemas, ya que el afán perfeccionista del director convirtió una pequeña producción en una película de casi 50 millones de dólares de presupuesto, en la que cuidó tanto los detalles que la compañía que realizó los títulos de crédito iniciales (de clara inspiración Hitchcock/Bass) tardó un año en completarlos tal y como quería Fincher. Y esto sólo por poner un ejemplo de su meticulosidad.

LO MEJOR: Su apartado técnico.
LO PEOR: Puede resultar algo insulsa.
El resultado económico de la película fue más que bueno (casi 200 millones a nivel internacional), pero no así el crítico, ya que este sector sigue considerando La habitación del pánico como el peor trabajo de David Fincher. Desde luego, sí que resulta el más intrascendente, ya que su hilo argumental es tan básico que no se puede rascar en él, siendo una simple excusa para presentar a dos mujeres intentando superar sus miedos. Es decir, el abecé de un gran porcentaje de películas de terror, con la salvedad de que a Fincher le exigimos algo más que a los cientos de artesanos de la Serie B, por mucho que esto resulte algo injusto tanto para él como para las intenciones con las que realizó este largometraje. Sin embargo, a nivel visual la película es un caramelo: Fincher se lo pasó como un bebé con un juguete nuevo haciendo planos-secuencia imposibles, sirviéndose de los efectos digitales como ayuda y haciendo trampas para conseguirlos, de la misma manera en la que Alfred Hitchcock engañaba al ojo del espectador cada vez que cambiaba de rollo de filmación en la juguetona y ultradisfrutable La soga (Rope. 1948). Por lo tanto, La habitación del pánico es un ejercicio de suspense formalmente impecable, pero sin dobleces, sin resquicios para el verdadero mal (salvo, acaso, por el personaje enmascarado interpretado por Dwight Yoakam), tan entretenido y tan visualmente barroco como hueco, tan intenso en algunas ocasiones como alargado en otras, y un claro precedente, además, de algunos de los defectos que marcarían la trayectoria posterior del director (pese a que los fans me quieran crucificar por esto): ampulosidad, falta de ritmo y exceso de metraje. Con todo, el trabajo de los actores y el virtuosismo con la cámara de Fincher consiguen mantener la atención del espectador de manera eficaz, que es de lo que se trata, al fin y al cabo.

15 mar 2012

'Chronicle'

(Chronicle. Josh Trank. Estados Unidos / Reino Unido. 2012. 84 minutos) Aunque todavía sea pronto para aventurarse, por todo lo que todavía queda de año por delante, es posible que Chronicle sea ya el Attack the block de 2012. Esto es, la película sorpresa de la temporada que ha aparecido de no se sabe muy bien dónde, que sabe conectar con el público adolescente actual (y no sólo con el que lo fue hace veinte años), que ha sabido utilizar las redes sociales para organizar una campaña de marketing eficaz y que, por encima de todo, posee cualidades intrínsecas más que suficientes para que podamos hablar de ella como de una reliquia más allá de modas, dejando a un lado el hecho de que el boca-oreja vaya a auparla a los altares del cine cool. Más allá del fenómeno coyuntural en el que parece haberse convertido, Chronicle es una cinta inteligente, vibrante y contemporánea, capaz de llevar a un nuevo e insospechado nivel el género de las grabaciones encontradas y de convertirse, como ya muy bien han advertido algunos amigos, en lo más parecido que se ha podido ver hasta el momento a una adaptación en carne y hueso del cómic (y posterior película) de Katsuhiro Otomo Akira

LO MEJOR: Que, para variar, el contenido no esté limitado
por el continente.
LO PEOR: Algunos instantes en los que su credibilidad está
a punto de quedar en entredicho.
Habrá que seguir muy de cerca la carrera de Josh Trank, de tan sólo veintisiete años y que debuta aquí como director, así como la de Max Landis, hijo de veintiséis años del mítico John Landis y autor de la historia y el guión de Chronicle, porque con poco más de diez millones de dólares de presupuesto han conseguido crear una obra espectacular, apocalíptica, tensa y, al mismo tiempo, cargada de humor y energía netamente juveniles. Buena muestra de su inventiva es la manera en la que han conseguido superar las barreras que les impone este modo de filmación, siendo capaces, a través de un recurso de guión de lo más ingenioso, de filmar planos que no siempre tienen que ser subjetivos y que ayudan a sacar las imágenes del estancamiento al que se suelen ver sometidas en este tipo de películas. Curiosamente, hay otras ocasiones en las que caen en lo injustificado para presentar situaciones que no sirven para mucho (pienso, sobre todo, en la conversación entre uno de los protagonistas y la chica en el porche de la casa de ésta), pero son pocas y no empañan demasiado el resultado final. Pero lo más importante de Chronicle es que en ella pasan cosas, se desarrolla una historia (aunque no se explique el punto de arranque... algo que tampoco se echa en falta), los personajes evolucionan (o degeneran) y los conflictos se amplifican progresivamente hasta culminar en un clímax final rebosante de imágenes para el recuerdo. Aún con algunos problemas menores de ritmo y, sobre todo, de la manera en la que se fuerza el hecho de que siempre haya cámaras grabando (a veces sin lograrlo del todo bien, como ya he indicado), Chronicle es lo mejor que el subgénero nos ha dado desde Monstruoso (Cloverfield. Matt Reeves, 2007).

13 mar 2012

'War Horse (Caballo de batalla)'

(War Horse. Steven Spielberg. Estados Unidos. 2011. 146 minutos) Adaptación de una novela de Michael Morpurgo, War Horse es la película perfecta para que los detractores de Steven Spielberg se reafirmen en su odio hacia el director norteamericano. Incluso se puede decir que la cinta se lo pone tan fácil a estos que casi parece una provocación hacia ellos: Spielberg hace gala aquí de todos esos tics que tanto les gusta enumerar a los que le odian, como es el abuso del sentimentalismo más rancio, los personajes unidimensionales, la búsqueda de planos que tengan valor artísticos por sí mismos (aunque la fotografía de Janusz Kaminski tenga que perder la continuidad por el camino), la sobreutilización de la música de John Williams para llegar al corazón del espectador, el exceso de duración para dar al público la sensación de que está ante una película importante... y, por encima de todo, una obsesión casi malsana por pretender equipararse a los cineastas clásicos de Hollywood, por intentar filmar lo que ellos habrían filmado de haber podido contar con los medios económicos y tecnológicos actuales. Y War Horse podría interpretarse como un fracaso de no ser porque es justo lo que Spielberg quería que fuera, dejando muy claro que él sigue a lo suyo y que lo que opinen los demás está de más

LO MEJOR: La apabullante realización de Spielberg.
LO PEOR: Ciertos (e inevitables) excesos de azúcar.
Lo que deberían reconocer todos los que no comulgan con la forma en la que Spielberg concibe el cine y, por extensión, el mundo (maniquea e idealista... aunque un análisis en profundidad de su obra serviría para desmontar algunos tópicos en torno a esto), es que el tipo sabe contar historias y además hacerlo (casi siempre) muy bien, involucrando al espectador, llevándole a su terreno y manipulando sus sentidos para hacerle partícipe de historias que aspiran a ser más grandes que la vida misma. War Horse es un ejercicio de nostalgia tan legítimo como puede serlo cualquiera de los que realiza Quentin Tarantino, por mucho que disten en sus referentes y en sus intenciones, pero con el hándicap de poner sus ojos sobre un cine pasado de moda, que el público ha olvidado o desconoce y que para la crítica no es tan apreciable como para derretir sus defensas de un modo tan contundente como ha conseguido The Artist (Michel Hazanavicius, 2011). Y es una verdadera lástima que la reacción general hacia War Horse no haya sido más entusiasta, porque se trata de un título que, además de tener una factura técnica y artística impecable, es capaz de narrar una historia realmente conmovedora (y menos tendente a la lágrima fácil de lo que podría parecer) que reflexiona sobre la absurdidad de la guerra y sobre la necesidad del entendimiento entre las personas (entre naciones, entre habitantes de un mismo pueblo, entre miembros de una familia...) para la resolución a todos los conflictos. Que a veces se le vaya la mano a Spielberg con el azúcar es un mal menor, porque, en un tiempo de crisis y depresión, War Horse es un dulce bálsamo para nuestros órganos sensitivos y, por tanto, una película necesaria.

11 mar 2012

'Basic'

(Basic. John McTiernan. Estados Unidos / Alemania. 2003. 94 minutos) En otros tiempos, John McTiernan fue un renovador del cine de acción que concibió, en un plazo de sólo dos años, un par de obras maestras que se quedarían de inmediato grabadas en la memoria del público como dos de las piezas más importantes que hasta la fecha había dado el género. Estamos hablando, claro está, de Depredador (Predator. 1987) y Jungla de cristal (Die hard. 1988).  Unos años después, John Travolta y Samuel L. Jackson se convirtieron, con sus pelucones y sus conversaciones sobre hamburguesas, en epítomes de lo cool gracias a su trabajo conjunto en la también muy influyente Pulp Fiction (Quentin Tarantino, 1994). La reunión de estos tres titanes sólo podía ser recibida con alegría o, cómo mínimo, con curiosidad por parte de los aficionados. Sin embargo, Basic resultó ser un experimento fallido que puso fin, al menos hasta el momento, a la decadente carrera de McTiernan (antes de ser condenado a la cárcel por haber mentido al FBI en el caso de Anthony Pellicano) y en el que Travolta y Jackson apenas compartían unos planos. La excusa fue un enrevesado guión de James Vanderbilt que, siguiendo la estela de Rashomon (Akira Kurosawa, 1950) y su copiadísima estructura, se centraba en el interrogatorio al que el ex-ranger Hardy (Travolta) somete a los supervivientes de una misión militar de entrenamiento en la que ha desaparecido el resto del equipo, incluido su superior West (Jackson). Y, como no conviene desvelar más sobre su argumento, me detendré ahí para no fastidiarles nada.


LO MEJOR: La labor de John McTiernan tras las cámaras.
LO PEOR: El guión de James Vanderbilt.
De todos modos, cuando el espectador haya sobrepasado la barrera de los primeros treinta o cuarenta minutos, se dará cuenta de dónde está la trampa y de dónde se encuentra también el mayor defecto de la película: cada punto de giro está condenado a ser puesto en evidencia un par de secuencias más tarde, hasta tal punto que llega un momento en el que resulta imposible creer nada de lo que propone el libreto de Vanderbilt y el interés inicial que suscita la historia va decreciendo progresivamente, hasta llegar a un final sencillamente ridículo que nos hace sentir como idiotas. Esto lo dice alguien a quien le encantan los finales sorpresa, pero hay que saber diferenciar cuándo un guionista nos deja entrar en el juego, proponiéndonos pistas como en el caso de El Sexto Sentido (The Sith Sense. M. Night Shyamalan, 1999), deslumbrándonos con un giro final antológico como en Sospechosos habituales (The usual suspects. Bryan Singer, 1995), y cuándo se burla de nosotros, directamente, ocultando información o, lo que es peor, falseándola. Es una lástima que al final resulte que el único atractivo de Basic sea esa tendencia hacia lo absurdo, hacia la acumulación de vueltas de tuerca, porque la dirección de McTiernan resulta tan eficaz como cabría esperar, filmando con el buen pulso acostumbrado las escenas de acción y otorgando un ritmo infernal a las secuencias de interrogatorios mediante el uso de la cámara y el montaje. Steven E. de Souza, te echamos de menos...

9 mar 2012

'Luces rojas'

(Red lights. Rodrigo Cortés. Estados Unidos / España. 2012. 119 minutos) Resulta muy difícil escribir sobre determinadas películas sin destripar involuntariamente algún detalle importante de su argumento. A veces basta con que pongamos al espectador sobre aviso para que éste sienta un irrefrenable deseo de seguir leyendo (o, aunque evite este paso, ya se predispone a realizar un visionado de la película más activo y descreído de lo normal). Voy a hacer lo posible por no desvelar nada importante, aunque sí les recomendaría que no siguieran leyendo y que no vieran el tráiler de Luces rojas en caso de que no quieran arriesgarse. No obstante, si han visto los posters promocionales ya habrán podido leer frases como "¿Qué crees saber?", "Desconfía de tus ojos" o "Tu cerebro te miente", las cuales tienen mucho que ver con lo que se esconde detrás de la tercera película de Rodrigo Cortés, quien abandona el autoimpuesto minimalismo de Buried (2010) para entregarnos un atronador espectáculo de magia con el que demuestra que la cobardía no es lo suyo: no le tiembla el pulso a la hora de dirigir a dos titanes como Sigourney Weaver y Robert De Niro, ni al filmar secuencias con efectos especiales que poco tienen que ver con la parquedad visual de su anterior trabajo. 

LO MEJOR: La inquietante presencia de Cillian Murphy.
LO PEOR: La historia del personaje de Sigourney Weaver
se desarrolla menos de lo deseable.
En lo que sí reincide Cortés es en desarrollar una historia angustiante y, hasta cierto punto, tramposa, ya que buena parte de su eficacia reside en el impacto que pueda causar su final en el espectador y en la habilidad con la que el guión disemina pistas a lo largo del metraje, intentando que no resulten demasiado evidentes como para descubrir el truco. Ahí no se puede decir que la película triunfe del todo, ya que alguna de las cartas que guarda Cortés se le ve debajo de la manga mucho antes de lo deseable, siendo éste el mayor inconveniente de un largometraje que, por lo demás, no pretende engañar a nadie: ya desde sus primeros minutos deja muy claro que el público debería cuestionarse todo lo que aparezca delante de sus ojos, obligándole a plantearse qué debería creerse y qué información debería desechar, intentando averiguar dónde está el truco y si realmente estamos ante fenómenos paranormales o ante la gran obra de un farsante. Y, de paso, aunque sea tomando prestado algo de David Lynch y algo de M. Night Shyamalan, Luces rojas confirma a Rodrigo Cortés como un cineasta total, capaz de escribir, montar y dirigir sus propias historias, entregándose a un cine de entretenimiento inteligente, elegante y lleno de sugerencias que deseo que siga cultivando muchos años, antes de que sea afectado por el síndrome Amenábar y decida que ha llegado el momento de dedicarse a contar historias más importantes.

7 mar 2012

'Infierno blanco'

(The grey. Joe Carnahan. Estados Unidos. 2012. 117 minutos) Tras la decepción comercial que supuso su vibrante versión de El Equipo-A, Joe Carnahan ha visto cómo la confianza que los grandes estudios depositaban en él ha quedado mermada y, debido a esto, su nuevo trabajo es una producción que, para los estándares de Hollywood, se puede decir que es de bajo presupuesto (apenas unos 25 millones de dólares según IMDb, muy lejos de los 110 que costó su anterior película). Esto, que en principio puede parecer una limitación, se puede entender claramente como una ventaja si tenemos en cuenta que un menor desembolso económico conlleva, dentro de unas inevitables aspiraciones lucrativas, una necesidad menor de conseguir unos resultados de taquilla boyantes y, por tanto, la posibilidad de dejar a un lado las concesiones al público menor de edad y a espectros demográficos amplios. Dicho de otro modo, gracias al semi-fracaso de su anterior propuesta, Joe Carnahan ha podido hacer una cinta más libre, concebida como una aventura violenta donde la gente muere dramáticamente, protagonizada exclusivamente por hombres de mediana edad y destinada a un público muy concreto: el que añora los tiempos en los que las películas sobre tipos duros sobreviviendo a circunstancias extraordinarias no eran la excepción.


LO MEJOR: La angustia que provocan algunas escenas.
LO PEOR: Los apuntes sentimentaloides.
Infierno blanco puede decepcionar si sólo pensamos en ella como un enfrentamiento entre Liam Neeson, algo así como el macho definitivo, y los lobos. En ese sentido, es muy probable que el final de la película deje a más de uno con la sensación de que la campaña publicitaria le ha tomado el pelo. Más que que eso, se trata de una historia de supervivencia colectiva en la que un grupo de descastados tiene que luchar codo con codo para sobrevivir a un accidente de avión, a las fuerzas de la naturaleza y a una manada de cánidos hambrientos, superando los conflictos interpersonales de rigor y, por supuesto, lidiando también con los fantasmas del pasado. La película presenta así a dos manadas enfrentadas, cada una con su respectivo macho alfa liderando al grupo, enfrentadas en un territorio donde los humanos tienen todas las de perder, que les es ajeno y en el que parecen condenados a ir encontrando la muerte uno a uno. De este modo, Infierno blanco está teñida por un pesimismo que provoca en el espectador la sensación de estar lejos de un mero entretenimiento, lo cual puede llevar a sentir cierto desapego hacia lo que ocurre en la pantalla, ya que Carnahan parece exigir demasiada empatía con unos personajes antipáticos y poco (o nada) desarrollados, de los que sólo conocemos datos arbitrarios gracias a sus escasas conversaciones o a la grotesca utilización de las fotos familiares guardadas en la cartera como recurso dramático. Ahí es donde fracasa la película, en el intento de trascender los límites del cine de acción y aventuras para convertirse en algo más... Carnahan yerra en ese sentido porque no sabe manejar bien los sentimientos de sus personajes y porque intenta llegar al espectador por la vía fácil, acudiendo al sentimentalismo, algo que le sienta mal a un título que debería haber sido más feroz y, en ocasiones, menos moñas para cumplir con las expectativas y no quedarse a medias. Aún así, es un film apreciable y que les recomiendo si son de los que, como servidor, disfrutan con el género supervivencialista.

5 mar 2012

'La invención de Hugo'

(Hugo. Martin Scorsese. Estados Unidos. 2011. 126 minutos) A punto de cumplir setenta años, Martin Scorsese se encuentra en una posición envidiable dentro de la industria de Hollywood: los estudios y la crítica le respetan, mientras que el público se muestra interesado en sus nuevas propuestas, hasta tal punto que los largometrajes que ha rodado a partir del año 2000 son los más taquilleros de su filmografía. La invención de Hugo, adaptación de  un libro de Brian Selznick, no ha supuesto el éxito económico que se esperaba, en parte porque su pantagruélico presupuesto estimado en cerca de doscientos millones de dólares hacía muy difícil que se recuperara la inversión, pero sí que se ha colado en casi todas las listas de las mejores películas de 2011 y ha logrado hacerse con cinco Oscars (aunque todos de los injustamente denominados "menores"). Curiosamente, ha sido otra mirada hacia los orígenes del cine la que la ha relegado a una especie de segundo plano, The Artist (Michel Hazanavicius, 2011), lo cual, junto con las presencias de las estupendas Midnight in Paris (Woody Allen, 2011) y War Horse (Steven Spielberg, 2011), convertiría el pasado año en el cinematográficamente más nostálgico de los últimos tiempos, y podría poner en evidencia la añoranza que buena parte de la audiencia siente por los tiempos pasados, en los que quizá no todo era más fácil, pero que sí permanecen en la memoria colectiva como más inocentes y mágicos.

LO MEJOR: Las recreaciones de los rodajes de Méliès.
LO PEOR: Cierta falta de cohesión entre las dos tramas.
Y sobre la magia trata precisamente La invención de Hugo, aunque probablemente no del modo en el que la campaña publicitaria ha hecho pensar: el intento de venderla como un nuevo Harry Potter es algo que ha jugado en contra de la reacción popular, ya que, a pesar de contar con niños como protagonistas, no estamos ante una producción infantil ni encaminada a satisfacer el ansia de aventuras y efectos especiales de los más pequeños. La película de Scorsese reflexiona sobre otro tipo de magia más anclada en la realidad y no por ello menos capaz de alimentar nuestras fantasías. Es la magia del cine, del proceso creativo que culmina en celuloide proyectado sobre una tela blanca, de la máquina de sueños que dispara veinticuatro imágenes por segundo y que es capaz tanto de capturar la realidad como de representar mundos imaginarios... Utilizando como excusa la figura de un niño que busca descubrir el misterio del autómata que le dejó su fallecido padre, Scorsese nos guía por una historia que desemboca en la de Georges Méliès. Y aquí es donde se produce una fractura que supone el mayor inconveniente de la película: a medida que transcurren los minutos, da la sensación de que toda la trama protagonizada por Hugo Cabret no es más que un pretexto para, a mitad de metraje, desvelar el verdadero punto de interés de la cinta, provocando así cierta desorientación en el público e impidiendo de paso que nos impliquemos al cien por cien en la historia, ya que en realidad son dos y las dos están contadas a medias. Ahí estaría el motivo por el cual La invención de Hugo no termina de ser tan conmovedora como parece querer serlo (a no ser, claro, que uno ame el cine con locura), pero eso no impide valorarla como una pieza de orfebrería visual impecable, tan deslumbrante como hipnótica, y especialmente emotiva para los que alguna vez han soñado con hacer sus propias películas.

3 mar 2012

Enamorado de la moda juvenil.


Aquí tienen mi última aportación al periódico Crónicas de un Pueblo, donde aprovecho para recomendar una película que me ganó por completo y, de paso, cargo un poco sobre los prejuicios que muchos tienen hacia el cine comercial, especialmente si está hecho en España. 


   La canción de Radio Futura sonando a todo trapo en los altavoces de la sala de cine, unos jóvenes fantasmas bailando en la pantalla del mismo modo en que lo hacían los protagonistas de “El club de los cinco” (The breakfast club. John Hughes, 1985) y la mejor compañía posible sentada en la butaca de al lado. Si eso no es la felicidad que me parta un rayo ahora mismo. Y es justo lo que experimenté cuando fui a ver “Promoción Fantasma” (Javier Ruiz Caldera, 2012), una película modélica que debería ser vista por todo el mundo y que, injustamente, ha tenido que superar algunas críticas de gente que no la ha visto y que probablemente no la piensa ver. Todo por culpa de los malditos prejuicios. Esta gente se queja de que se haga comedia pensando en el público, como si querer hacer taquilla fuera delito o fuera necesariamente en detrimento de la posible calidad de una película. ¿Entonces la ecuación correcta cuál es? ¿Si la quiere ver mucha gente es mala y si sólo la quieren ver unos cuantos es buena? Yo soy el primero que desconfía de los gustos de la mayoría, más que nada porque no suelo estar de acuerdo con ellos, pero… ¿no creen que algo pueda ser comercial y bueno al mismo tiempo? Muchos dicen que no. “Promoción Fantasma” dice que sí. Y ahí es donde triunfa, en estar perfectamente concebida como entretenimiento de masas y, al mismo tiempo, presentar un guión sugerente, emotivo, lleno de inteligencia, nostalgia y sentido del humor. Y con una coherencia desarmante.
   
   ¿Es malo que su referente sea la comedia norteamericana de los años ochenta? Muchos dicen que sí. Yo digo que por qué. No entiendo por qué está bien que algunos directores españoles imiten el cine social inglés, la nouvelle vague francesa o el neorrealismo italiano y está mal que se haga un homenaje al tipo de cine con el que todos nos dejábamos las pestañas frente a la tele y el vídeo hace veinte años. ¿Cuestión de prestigio? Cuestión de esnobismo, diría yo. A ver si nos enteramos de una vez de que “Los Cazafantasmas” (Ghostbusters. Ivan Reitman, 1984) o “Regreso al futuro” (Back to the future. Robert Zemeckis, 1985) son tan importantes para la historia del cine y para nuestra educación cinéfila como “Los cuatrocientos golpes” (Les quatre cents coups. François Truffaut, 1959) o cualquier otro clásico intachable, y que cada una en su terreno es una obra imperecedera. Yo digo sí a que el cine español ponga sus ojos sobre la comedia adolescente, digo sí a la moda juvenil, digo sí a que se corra el riesgo de producir cintas tan aceptables como “Fuga de cerebros 2” (Carlos Therón, 2011), tan simpáticas y eficaces como “No controles” (Borja Cobeaga, 2010) o tan inaguantables como “Campamento Flipy” (Rafa Parbus, 2010), y que éstas compartan cartel con “No habrá paz para los malvados” (Enrique Urbizu, 2011) y “Pan negro” (Pa negre. Agustí Villaronga, 2010). Y digo rotundamente NO a los que se oponen al disfrute evasivo y sano que supone un largometraje como “Promoción Fantasma”. No especialmente porque se nieguen a verla, sino porque duden de la salud mental o el criterio artístico de los que sí lo hemos hecho… y estamos más que dispuestos a hacerlo de nuevo. Dejadnos disfrutar en paz.

1 mar 2012

'Four lions'

(Four lions. Christopher Morris. Reino Unido / Francia. 2010. 97 minutos) Hace aproximadamente un año, los medios de comunicación se hicieron eco del que sería el siguiente proyecto de Borja Cobeaga: una comedia titulada Fe de etarras en la que narraría la convivencia en un piso franco de un comando de ETA formado por una pareja en crisis, un antiguo militante y un andaluz demasiado concienciado con la causa independentista. Los que hemos reído con Los Batasunis sabemos que se puede extraer humor de un tema tan peliagudo, ya que si de algo se reían en esa serie de sketches de Vaya Semanita era de la ligereza mental de algunos miembros de la kale borroka, en ningún caso de las víctimas o de la seriedad del conflicto vasco. Sin embargo, las reacciones adversas de parte de la prensa y de los ciudadanos en general no se hicieron esperar. Los ingleses, que han vivido muchos años con miedo por culpa del IRA y que también han sufrido en sus propias carnes el terrorismo islámico, saben que el humor es una gran forma de curar heridas, no de reabrirlas, y por eso han hecho posible esta desarmante comedia que gira en torno a un grupo de yihaidistas con poca actividad cerebral y demasiada pasión por lo suyo.

LO MEJOR: Su valentía.
LO PEOR: Algunas situaciones demasiado dilatadas.
Four lions es una película que hace reír, eso por descontado, pero está muy lejos de resultar una parodia bufa de los terroristas en plan Mentiras arriesgadas (True lies. James Cameron, 1994). Aquí, los protagonistas son ellos y es a través de su mirada como conocemos las motivaciones para sacrificarse por la causa: algunos de ellos se entregan a tal efecto plenamente concienciados, mientras que otros lo hacen por pura inercia, porque se supone que es lo que se debe hacer y jamás se han cuestionado la utilidad de sus acciones violentas y suicidas. Esto provoca discusiones entre los personajes que, en ocasiones, se estiran tanto y dan tantas vueltas sobre sí mismas que acaban por resultar agobiantes, reiterativas y cansinas, convirtiéndose esto en el mayor defecto de una película que, salvo por estos momentos puntuales, transcurre a ritmo adecuado y no cae en el aburrimiento. Con lo que quizá no cuenten antes de verla es con que habrá otros instantes que les congelarán la sonrisa y les harán sufrir, llevándoles a un estado de tristeza que se acentúa en unos créditos finales que le hacen a uno abandonar la sala con una sensación de malestar bastante importante. Al fin y al cabo, Four lions, con todas sus escenas cómicas, habla sobre un tema muy serio y que quizá nunca habíamos visto reflejado de este modo en ninguna cinta. Así, la mayor virtud de la película no es que funcione como comedia perfecta (algo que no consigue, desde mi punto de vista, ya que algunos instantes impiden que la acción avance y pueden crear cierta impaciencia en el espectador), sino la valentía que desprende por atreverse a tratar un tema tan complicado como este desde un prisma tan humano.